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  • br Consumir escribe Lazzarato no se reduce a comprar

    2018-10-22


    Consumir, escribe Lazzarato, no se reduce neurokinin receptor comprar y destruir un servicio o un producto “sino que significa en principio pertenecer a un mundo, adherir a un universo […] [L]o expresado no es una evaluación ideológica, sino una incitación, una solicitación para adoptar una forma de vida” (Lazzarato 2010: 109–110). El consumo sexual, agregaremos nosotros, es una forma de adherir a una sexualidad y de producirla. Pero será una forma particular de hacerlo. Primero, porque es un tipo especial de consumo que no cumple con algunos de los rasgos que diversos autores refieren para el consumo en general. Baudrillard enuncia lo que llama “el teorema fundamental del consumo”, y dice que este “no tiene nada que ver con el goce personal […] sino que es una institución social coactiva, que determina los comportamientos aun antes de ser reflexionadas por la conciencia de los actores sociales” (Baudrillard 2009: 4). Puede haber variaciones significativas entre los autores, pero al parecer hay acuerdo en el carácter social del consumo y en su lógica diferenciante. Pero, en el caso del consumo sexual, el goce personal será su motivo central, y la lógica social que lo subyace o determina no está plenamente constituida. Es decir, como vimos, el consumo sexual representa un desplazamiento significativo de las lógicas y discursos sociales sobre la sexualidad e implica la emergencia de un nuevo tipo de subjetividad que apenas se delinea en México. Por otra parte, es un consumo intensamente individualizado e íntimo; no es un consumo exhibitorio y no se fundamenta, ante todo, en una lógica de diferenciación social. Diremos que el consumo sexual es un consumo para sí, un discurso para sí, en palabras de Baudrillard (2010: 120). Adriana, mujer de 36 años, profesionista y soltera, habla extensamente de los vibradores. Con alguna de sus parejas comenzó a utilizar estos objetos y luego los compró sistemáticamente en sex shops. Conoce diversos tipos y con distintos fines (vibradores de enorme tamaño, microvibradores que la pueden estimular mientras trabaja). Dice que tiene varios de esos objetos y que decidió contárselo a su mamá, para que si algo le sucediera no se encontrara con la sorpresa de que su hija tiene una colección de vibradores en su departamento. “Mi mamá sabe que tiene una hija que tiene ganas de tener sexo”, dice. A su vibrador favorito le puso nombre —lo llama Baby Blue—, y con él reemplazó otro que le había comprado una de sus anteriores parejas. En las relaciones heterosexuales los objetos se compran para usarlos en el cuerpo de las mujeres. Los hombres ejecutan actos con ellos, pero no los usan de modo estricto. Adriana tiene una fantasía que no logra cumplir: Pero ninguna de sus parejas lo ha aceptado. Relata que incluso cuando acerca un vibrador a sus cuerpos, ellos lo rechazan. Le dicen que no son gay. El uso del vibrador se organiza en torno al sistema sexo-género imperante en México, el cual ubica a las mujeres en una posición pasiva y a los hombres en otra activa. Pero, más intensamente, el orden sexual heteronormativo transforma al vibrador en un falo, el cual genera placer, pero también se evita porque puede producir identidad: no soy gay. La misma prohibición opera sobre el ano de los hombres. La retórica del vibrador, en este caso, es claramente heterosexual, y su gramática solo permite que el cuerpo de la mujer sea penetrado. Escribe Baudrillard que los objetos no agotan jamás sus posibilidades en aquello para lo que sirven “y es en este exceso de presencia donde adquieren su significación de prestigio, donde designan no ya el ‘mundo’, sino el ser y la categoría social de su poseedor” (Baudrillard 2009: 5). Salomón es un hombre gay, de 45 años, empleado en una empresa telefónica, y pertenece a un grupo de leathers de la ciudad de México. Dice que recibió entrenamiento como máster o amo. Este grupo se caracteriza por un uso intenso de diversos objetos y por una indumentaria específica. Salomón dice que a este grupo le “erotiza mucho la piel […] todos los accesorios en piel: pantalones, botas, chamarras, chalecos, camisas, gorras, pero todo en piel”. En este caso, el objeto crea la identidad y permite una sociabilidad específica. Como los nichos del mercado, la sexualidad se especializa según los gustos de los practicantes. Para Salomón hay una cultura leather que se diferencia de cualquier otra manifestación de identidad gay u homosexual. Incluso alega que los lugares que frecuentan, como bares y cantinas, comienzan a ser concurridos por individuos que no se identifican como leathers y que no visten como tales, así que al poco tiempo los tienen que abandonar y buscar otros. Frente a esta invasión recurrente de sujetos con otras identidades o gustos, ellos prefieren crear grupos cerrados que les permitan divertirse según sus códigos. Salomón describe el ajuar básico de un leather original y verdadero: