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  • br La flor de Coleridge

    2019-04-18


    La flor de Coleridge En el ensayo de ese nombre contenido en Otras inquisiciones leemos: De inmediato, y como corolario de estas ideas, nuestro ensayista da un salto para instalarnos en un mundo donde esta probabilidad se cumple: Como en el universo de Tlön, y siguiendo las premisas del idealismo, las manifestaciones particulares, los muchos autores y los muchos textos, son la creación de un Espíritu omnisciente, una sola cabeza genial, un solo poema infinito, que -se conjetura- anuncia un orden y una unidad preexistentes, aunque deberá todavía ser escrito por todos los poetas del orbe. Toca piece Borges, por ejemplo, seguir uno de los infinitos detalles: “Esas consideraciones (implícitas, desde luego, en el panteísmo) permitirían un inacabable debate; yo, ahora, las invoco para ejecutar un modesto propósito: la historia de la evolución de una idea, a través de los textos heterogéneos de tres autores.” Nos detendremos en el primero de los ejemplos, que contiene ya, en sí mismo, un mundo: Notemos en este caso que es la inclusión de una imagen y la persecución, a través de ella, de infinitas dimensiones gobernadas a su vez por infinitos sistemas de causa y efecto -una de las cuales podrá ser la propia tradición de la flor como prenda de amor, reavivada en el Romanticismo—, la que permite abrirnos a las propias leyes del mundo de la literatura, sus infinitas relaciones, sus secretas resonancias. Tras revisar el caso de Wells y James, quienes adoptaron —propositivamente o no— el procedimiento de Coleridge, dice nuestro autor: Subrayamos: la literatura es lo esencial, no los individuos. Borges regresa al tema en distintos lugares: Borges se plantea la posible relación de la parte con el todo y del todo con la parte, así como la del original y la copia: Reiteremos entonces que con Borges se completa el proceso de configuración de un espacio literario que a su vez se cierra tras recorrer los ciento ochenta grados de la conversión del mundo en libro. El sueño de Mallarmé se ha cumplido a través de las complejas operaciones del autor argentino, que hicieron necesaria la vinculación entre ficción y lectura. Aunque a Permissive condition su vez esta conversión del mundo en libro es una operación prevista ya por otro libro: el Quijote.
    Para terminar, me permito retomar las propias reflexiones vertidas en otros lugares a propósito de este tema. Si todo autor es en última instancia lector, si toda escritura es en última instancia la lectura de otra escritura de modo tal que una lectura asombrada no hace sino desembocar, azarosa y necesariamente, en una escritura, podemos conjeturar que de cierta manera ese Borges inventor de mundos no hace sino releer y reeditar al mismo tiempo las prodigiosas operaciones presentes en ese libro de los libros que tanto admiró: el Quijote. Borges vuelve una y otra vez a la evocación de ese texto, al que rinde homenaje desde todos los géneros, y lleva a nuevos límites una de las vías posibles: su conversión en un universo au- tosubsistente que es a la vez el de la lectura que Borges hace de la obra de Cervantes y el de las lecturas que don Quijote hace de sus propios libros. Este repliegue de la obra de creación sobre sí misma incluye dos elementos primordiales: el cierre de la lectura parangonado al encierro en la biblioteca y el traspaso así, por la lectura, de un umbral que, como Alicia a través del espejo, nos lleva a otro mundo, un mundo organizado por las propias leyes de la ficción: por la lectura se tiene acceso al secreto de la aventura y la aventura se conjetura como efecto de lectura. Para instaurar dicha ley se ha debido previamente instaurar la ley de la lectura, pero a su vez sólo la lectura habilita la posibilidad de la aventura. También la inversa es posible, como lo muestra la obra subterránea, heroica e inconclusa que es narrada en “Pierre Menard, autor del Quijote”: se trata de la vida imaginaria atribuida a un escritor que existió de verdad: Pierre Menard es un simbolista de Nímes que se interesa por el Quijote en cuanto no lo considera inevitable: “El Quijote es un libro contingente, el Quijote es innecesario. Puedo premeditar su escritura, puedo escribirlo, sin incurrir en una tautología [...]. Mi recuerdo general del Quijote, simplificado por el olvido y la indiferencia, puede muy bien equivaler a la imprecisa imagen anterior de un libro no escrito.”